El código Hammurabi (Novena noche)
Por Juan Manuel Tasada
Un manojo de leyes, el código Hammurabi no era más que eso a los ojos de los cuervos que revoloteaban los bolsillos de aquellos escribas de la traición. Las dos caras del teatro griego conviviendo en el seno de una sociedad atravesada por el interés y por la herida de muerte que dejo la extranjerización de los bienes, tergiversados en males de ahora en más.
Babilonia, la antigua Grecia y la Mar del Plata de los 70’ se prestaban entre si las caretas de la tragedia y de la comedia entre las noches del 6, 7 y 8 de julio de 1977, la tragedia vistió los secuestros de un importante número de abogados laboralistas que bregaban por no quitarle la venda de los ojos a la justicia argentina. Sin embargo, la comedia, una especie de ironía locuaz en manos de la milicia hacia retroceder todo intento de salvaguardar las instituciones; y sumía al país en un miedo generalizado que la historia recuerda con gran dolor como la noche de las corbatas. Un epíteto que salio de las entrañas mismas de la desidia y que se mantiene a pesar de haber transcurrido tantos años. Estos mártires de la equidad aun hoy asisten a los juicios de la verdad, apelan y subyugan cada mañana, litigan contra las sombras y se estancan en los estrados esperando ser escuchados. Las anomalías suceden en un abrir y cerrar de ojos; esos ojos que hasta ayer lloraban sangre, esos mismos que lloran justicia.
Un código Hammurabi que persiste en el tiempo, pues en los juzgados mecen las horcas sobre las cabezas de aquellos sosegadores de títulos.
La memoria se encargara de mantenerlos eternos, ajustándose como una corbata en derredor de sus cuellos por los siglos de los siglos.
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